La plática con Isaac, de Kadima, no se sintió como una historia para conmover ni como un ejemplo de “superación” al estilo motivacional. Fue, más bien, el choque con una experiencia límite que obliga a mirar la vulnerabilidad con otros ojos. Al contarnos sobre el asalto; el disparo que le atravesó la vértebra y el pulmón, y ese momento en que su propio cuerpo dejó de responderle, puso a los estudiantes frente a algo que no admite frases bonitas ni explicaciones rápidas.

 

Lo que compartió no fue una tragedia narrada desde la lástima, sino un intento serio por comprender lo que le pasó y encontrar una nueva manera de vivir dentro de ese marco. Ahí es donde su testimonio dialoga, sin pretenderlo, con Spinoza: entender las causas que nos determinan, no para rendirse, sino para recuperar margen de acción. No era el típico “si quieres, puedes”, sino algo más honesto: no elegimos lo que nos sucede, pero sí podemos decidir cómo movernos dentro de esos límites.

 

Por eso los videos nadando o usando su bicicleta adaptada no apuntaban a mostrar heroísmo, sino la reconstrucción de una relación posible con el cuerpo y con el mundo. Isaac no presentó su vida como un sufrimiento interminable, sino como un proceso en el que la claridad sobre la propia situación puede abrir un espacio real de libertad y hasta de cierta alegría.

 

Le agradecemos no solo la forma en que contó su historia, sino la pregunta que dejó flotando en el grupo: ¿qué significa vivir con lucidez cuando las circunstancias ya no pueden cambiarse? Es una pregunta seria y vale la pena pensarla con calma.

 

Mario Rodriguez Hernández