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DISCURSO GRADUACIÓN YOSSI


No quiero hablar de la trascendencia que las enseñanzas impartidas en este espacio tendrán cuando por mañas del tiempo, salgamos de este instituto, sino de la maravillosa cotidianidad que extrañaremos, la Tarbut nos dio la oportunidad de vivir una escuela que le hace más que justicia a la frase del laureado pedagogo Jean Piaget: “la escuela no solo es la preparación para la vida, sino que es la vida misma”. Ya han pasado tres veranos desde que crucé la entrada del colegio por primera vez. Recuerdo ver con asombro las caras de mis nuevos compañeros, los salones y la imponencia de la gran escuela, que me escondía el secreto de que cursaría una preparatoria maravillosa, como si ésta estuviera emocionada por los tres años que estaría por otorgarme, los mejores de mi vida. En la memoria colectiva de esta generación quedarán miles de recuerdos aunados a míticas piedras de preparatoria, aulas de sillas azules y quesadillas del Roof que forman parte del alucinante cosmos llamado Colegio Hebreo Tarbut. El diploma que llevo con orgullo en mis manos podrá llevar escrito mi nombre pero no dice nada de la pluma y tinta que lo firmaron. Este diploma no se logró solamente mediante ejercicios de dominio y rango en las clases de Camarena, “a dóndes” de Toño o lágrimas en las clases de Shoá. Pertenece a todos los maestros que nos acompañaron en este proceso, las personas que hicieron posible la construcción del increíble Innoversum y los que día a día limpiaban la escuela para que podamos disfrutar de su generoso espacio. Este diploma pertenece a los que nos dieron la libertad para decidir cómo queríamos generar un impacto mediante las iniciativas. Pertenece a los que hicieron posible que días como la Independencia de México, Iom Hazmaut y Purim estuvieran llenos de alegría contrastando con la tristeza y reflexión que nos dejaban noches como las de Iom Hashoah y Iom Hazikaron. El diploma pertenece a todos nuestros padres, quienes sacrificaron tanto para cerciorarse de que probáramos el amor por la tierra de leche y miel.

La respuesta a la interrogativa “¿cuál es la mejor decisión que has tomado en

tu vida?” es sin duda alguna, haber entrado a la Tarbut. En este lugar aprendimos a jugar beisbol urbano, a aceptar el sabor agridulce de una derrota en el Aviv y a gritar

a todo pulmón cuando lo ganábamos, rebozando en alegría. Aquí he conocido a algunas de las personas más amables, cálidas, divertidas y comprensivas que nunca creí encontrar.

Parece que hoy despertamos de un incesante sueño, de esos que cuando nos despertamos decimos “ojalá continúe toda la vida” pero al saber que no se puede, intentamos que la realidad se asemeje a él, que nuestro sueño no sea una leyenda. Y así comprendemos la letra de la melodía y hacemos la Tarbut nuestra para el mundo, entendiendo la armonía entre colores, risas y aprendizaje que compartiremos con nuestros hijos y nietos, que nos ayudarán a entender el pasado y estar listos para el futuro, con amor hacia este lugar y haciendo del COLEGIO HEBREO TARBUT nuestra casa.

Un maestro en este colegio me enseñó una palabra sueca, “kulturbarer”, que significa “portador de la cultura” y si podría definir a la Tarbut en una palabra sería esa, ya que es lo que han logrado enseñarnos. De hecho, Tarbut se traduce como cultura, y la cultura es continuidad, es lo que en muerte continúa siendo la vida, es la suma de todas las formas de arte de amor y de pensamiento que permiten al hombre ser libre. Les aseguro, que todos los que nos graduamos hoy, todos lo que se han graduado antes de nosotros y los que se graduarán después seremos esos “kulturbarers”, esos portadores de la cultura. La cultura de Tarbut para el mundo, tarbut sheli le olam.

Podría seguir y seguir, pero fiel seré a la frase de Julio Cortázar: “las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”. Hoy puedo sentirme triunfante, veo demasiado cerca la cinta que señala la meta final y mis lágrimas me enturbian la vista. Lo hemos hecho. ¡Sí se pudo! Lo hicimos.

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